Cuando era muy joven y estaba haciendo mi personal
discernimiento vocacional, a mis manos llego una cinta o un “cassette”, con ésta particular
historia.
Mucho me marco su reflexión.
Con el pasar del tiempo y el nacimiento de la era digital,
ya mi “cassett” se volvió inaudible, ya
no me servía y menos lo podía compartir.
Pero las nuevas tecnologías de la información, que también sirven
y deben ser usadas para la Evangelización, me lo trajeron de vuelta.
Ahora, sin el permiso de su autor, editor o dueño, lo tome y
quisiera compartirlo con ustedes para el provecho espiritual y el bien de las almas…..
El libro trata sobre
un sacerdote (el autor) quien acudió en una ocasión a un bazar de Sevilla y se
encontró con un crucifijo que había sido destruido en la Guerra de España en
los años 30’s. Éste tenía la cara partida por la mitad y le faltaba un brazo y
una pierna. El precio le pareció muy elevado debido al deterioro que mostraba
la pieza, es por eso que comenzó a regatear con el encargado de la tienda, pero
instantes después el sacerdote se dio cuenta que se encontraba negociando la
imagen de Jesús, tal y como Judas comerció su entrega a los romanos.
Por fin decide comprar
el Cristo Roto y por el acercamiento que tuvo con él, nació la idea de realizar
su obra, la cual consiste en un monólogo mental que sostiene con Jesucristo.
En una de las páginas
del texto, Jesús le pregunta por qué lo quiere restaurar y después le sugiere
que en vez de rehabilitar su imagen, amara a su prójimo más necesitado, como a
los enfermos y pobres.
Después de cuarenta
años, el mensaje de amor que se incluye dentro del ejemplar, es difundido por
Alberto Mayagoitia, quien se convirtió en un actor evangelizador desde el
momento en que se presentó por primera vez en la Iglesia Metropolitana de
México. Durante 60 días tuvo un lleno total y ésa fue la señal que Dios le dio
para que el joven continuara dentro del proyecto.
MI CRISTO ROTO
Autor: Ramón Cue,
S.J.
A mi Cristo roto, lo encontré en Sevilla. Dentro del arte me
subyuga el tema de Cristo en la cruz. Se llevan mi preferencia los cristos
barrocos españoles. La última vez, fui en compañía de un buen amigo mío. Al
Cristo, ¡Qué elección! Se le puede encontrar entre tuercas y clavos, chatarra
oxidada, ropa vieja, zapatos, libros, muñecas rotas o litografías románticas.
La cosa, es saber buscarlo. Porque Cristo anda y está entre todas las cosas de
este revuelto e inverosímil rastro que es la Vida.
Pero aquella mañana nos aventuramos por la casa del artista,
es más fácil encontrar ahí al Cristo, ¡Pero mucho más caro!, es zona ya de
anticuarios. Es el Cristo con impuesto de lujo, el Cristo que han enriquecido
los turistas, porque desde que se intensificó el turismo, también Cristo es más
caro.
Visitamos únicamente dos o tres tiendas y andábamos por la
tercera o cuarta.
- Ehhmm ¿Quiere algo padre?
- Dar una vuelta nada más por la tienda, mirar, ver.
De pronto… frente a mí, acostado sobre una mesa, vi un
Cristo sin cruz, iba a lanzarme sobre él, pero frené mis ímpetus. Miré al
Cristo de reojo, me conquistó desde el primer instante. Claro que no era
precisamente lo que yo buscaba, era un Cristo roto. Pero esta misma
circunstancia, me encadenó a Él, no sé por qué. Fingí interés primero por los
objetos que me rodeaban hasta que mis manos se apoderaron del Cristo, ¡Dominé
mis dedos para no acariciarlo! No me habían engañado los ojos… no. Debió ser un
Cristo muy bello, era un impresionante despojo mutilado. Por supuesto, no tenía
cruz, le faltaba media pierna, un brazo entero, y aunque conservaba la cabeza,
había perdido la cara.
Se acercó el anticuario, tomó el Cristo roto en sus manos y…
- Ohhh, es una magnífica pieza, se ve que tiene usted gusto
padre, fíjese que espléndida talla, qué buena factura…
- ¡Pero… está tan rota, tan mutilada!
- No tiene importancia padre, aquí al lado hay un magnífico
restaurador, amigo mío y se lo va a dejar a usted, ¡Nuevo!
Volvió a ponderarlo, a alabarlo, lo acariciaba entre sus
manos, pero… no acariciaba al Cristo, acariciaba la mercancía que se le iba a
convertir en dinero.
Insistí, dudó, hizo una pausa, miró por última vez al Cristo
fingiendo que le costaba separarse de Él y me lo alargó en un arranque de
generosidad ficticia, diciéndome resignado y dolorido:
- Tenga padre, lléveselo, por ser para usted y conste que no
gano nada 3000 pesetas nada más, ¡Se lleva usted una joya!
El vendedor exaltaba las cualidades para mantener el precio.
Yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo… Me estremecí de pronto.
¡Disputábamos el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía! Y me
acordé de Judas… ¿No era aquella también una compraventa de Cristo? ¡Pero
cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en él y en
nuestros prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.
Bien… cedimos los dos… lo rebajó a 800 pesetas. Antes de
despedirme, le pregunté si sabía la procedencia del Cristo y la razón de
aquellas terribles mutilaciones. En información vaga e incompleta me dijo que
creía procedía de la sierra de Arasena, y que las mutilaciones se debían a una
profanación en tiempo de guerra.
Apreté a mi Cristo con cariño… y salí con Él a la calle.
Al fin, ya de noche, cerré la puerta de mi habitación y me
encontré solo, cara a cara con mi Cristo. Qué ensangrentado despojo mutilado,
viéndolo así me decidí a preguntarle:
- Cristo, ¡¿Quién fue el que se atrevió contigo?! ¡¿No le
temblaron las manos cuando astilló las tuyas arrancándote de la cruz?! ¿Vive
todavía? ¿Dónde? ¿Qué haría hoy si te viera en mis manos? …¿Se arrepintió?
- ¡CÁLLATE!
Me cortó una voz tajante.
-¡CÁLLATE, preguntas demasiado! ¡¿Crees que tengo un corazón
tan pequeño y mezquino como el tuyo?! ¡CÁLLATE! No me preguntes ni pienses más
en el que me mutiló, déjalo, ¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!, Yo ya lo perdoné. Yo
me olvidé instantáneamente y para siempre de sus pecados. Cuando un hombre se
arrepiente, Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas como vosotros.
¡Cállate! ¿Por qué ante mis miembros rotos, no se te ocurre recordar a seres
que ofenden, hieren, explotan y mutilan a sus hermanos los hombres. ¿Qué es
mayor pecado? Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva, de
carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Ohh hipócritas! Os
rasgáis las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera,
mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al que mutila física o
moralmente a los cristos vivos que son sus hermanos.
Yo contesté:
- No puedo verte así, destrozado, aunque el restaurador me
cobre lo que quiera ¡Todo te lo mereces! Me duele verte así. Mañana mismo te
llevaré al taller. ¿Verdad que apruebas mi plan? ¿Verdad que te gusta?
- ¡NO, NO ME GUSTA!
Contestó el Cristo, seca y duramente.
- ¡ERES IGUAL QUE TODOS Y HABLAS DEMASIADO!
Hubo una pausa de silencio. Una orden, tajante como un rayo,
vino a decapitar el silencio angustioso.
- ¡NO ME RESTAURES, TE LO PROHIBO! ¡¿LO OYES?!
- Si Señor, te lo prometo, no te restauraré.
- Gracias.
Me contestó el Cristo. Su tono volvió a darme confianza.
- ¿Por qué no quieres que te restaure? No te comprendo. ¿No
comprendes Señor, que va a ser para mí un continuo dolor cada vez que te mire
roto y mutilado? ¿No comprendes que me duele?
- Eso es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes siempre
de tantos hermanos tuyos que conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes,
mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies,
porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra.
Todos los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver si viéndome
así, te acuerdas de ellos y te duele, a ver si así, roto y mutilado te sirvo de
clave para el dolor de los demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en
besos, en luces, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos
los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes. Hay muchos cristianos que
tranquilizan su conciencia besando un Cristo bello, obra de arte, mientras
ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. ¡Esos besos me repugnan,
me dan asco!, Los tolero forzado en mis pies de imagen tallada en madera, pero
me hieren el corazón. ¡Tenéis demasiados cristos bellos! Demasiadas obras de
arte de mi imagen crucificada. Y estáis en peligro de quedaros en la obra de
arte. Un Cristo bello, puede ser un peligroso refugio donde esconderse en la
huida del dolor ajeno, tranquilizando al mismo tiempo la conciencia, en un
falso cristianismo. Por eso ¡Debieran tener más cristos rotos, uno a la entrada
de cada iglesia, que gritara siempre con sus miembros partidos y su cara sin
forma, el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos los
hombres! Por eso te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti, aunque
amargue un poco tu vida.
- Si señor, te lo prometo. (Contesté)
Y un beso sobre su único pie astillado, fue la firma de mi
promesa.
Desde hoy… viviré con un Cristo roto.
Simplemente hermoso. Se me salen las lagrimas al darme cuenta q es absolutamente cierto. Gracias por compartirlo Hermano!
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