Catedral Basílica de Mérida, 6 de junio de 2010.
Queridos Hermanos
No puedo ocultar la emoción que nos embarga, a ustedes y a mí, por estar en esta mañana compartiendo la Eucaristía y recibiendo en esta Catedral Basílica de Mérida la reliquia de San Juan Bosco que recorre nuestro continente, dejando tras de sí la huella de su carisma, que nos reclama el servicio a la juventud y a los más pobres.
Hoy, también, se cumple un sueño. Lo tuvo hace siglo y medio Don Bosco, ansioso de llegar con el bálsamo del pan material, el cariño de la acogida y el suave rostro de Jesús que invitaba a seguirlo, para dar vida a quienes se cobijaron bajo su manto.
El sueño de tener presente a Don Bosco, física y espiritualmente, en estas tierras andinas lo acarició en su corazón y su mente hace más de un siglo, el Padre Jesús Manuel Jáuregui Moreno. Desde su curato de Mucuchíes y más tarde desde el Colegio Sagrado Corazón de Jesús de La Grita deseó que aquella obra estuviera bajo la égida de los hijos de Don Bosco. Peregrinó hasta Turín en compañía de Mons. Román Lovera, cuando se dirigían a Roma en Visita ad limina. Aquella manera de educar a la juventud lo sedujo. Con razón ha sido llamado el Bosco de América.
Es el sueño de todos los que aquí estamos. Gracias, Don Bosco por venir a reanimar en nosotros la opción preferencial por los jóvenes y por la presencia de tus hijos e hijas espirituales que están arraigados entre nosotros en obras educativas, pastorales y sociales llevadas adelante por sacerdotes, religiosas y una pléyade de exalumnos y laicos animados por el carisma del santo turinés.
La presencia de la réplica de la imagen de Don Bosco que contiene sus reliquias, -como escribe el Rector Mayor-, es una ocasión ara tomar en las manos su vida, imitar su fe y su amor al Señor, y continuar el trabajo educativo, evangelizador y misionero con los jóvenes, sobre todo los más pobres, escuchando sus gritos y atendiendo a sus desafíos.
Puede llamar la atención que hoy, solemnidad del Corpus Christi estemos recibiendo la reliquia de Don Bosco. Pudiera parecer a algunos que opaca la centralidad de la Eucaristía. Al contrario, es ocasión privilegiada para observar que no hay eucaristía sin don del Señor, pero tampoco, sin entrega al hermano necesitado. El misterio de la bondad y ternura de Dios tiene rostro concreto: el joven. Es la palabra evangélica: quien acoge a un niño como éste en mi nombre, a mi me recibe.
El pan y el vino de la eucaristía tienen dos caras. Una que mira hacia arriba. Como Melquisedec tomamos algo nuestro, el pan y el vino, y lo ofrecemos a Dios. Es el reconocimiento de que todo lo que tenemos es regalo de la bondad de Dios, y damos gracias por ello. Es el culto que tributamos al Señor. La vida de Don Bosco está plagada de anécdotas que nos narran su aprendizaje personal de dar culto a Dios. A los pies de su mamá Margarita, aprendió a orar y a unirse a sus hermanos en la recitación de oraciones y el Rosario. Es el ir haciendo realidad que el mejor ofrecimiento no es ya pan y vino, sino su propia vida.
Los años de formación en el Seminario y sus primeras experiencias como joven sacerdote, lo llevó a internalizar las palabras que repetimos en la Eucaristía : esto es mi cuerpo que se entrega…Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Es la segunda cara del pan y el vino: una vida que se entrega a Dios, desde luego, pero que se entrega por ustedes. La Eucaristía no es sólo hacer presente a Jesús, sino hacerlo presente entregándose, muriendo: es el eco, vivo y vivificante, de la muerte redentora de Jesús.
Hoy, aquí, ante la reliquia de Don Bosco, todos somos invitados a renovar las dos caras de la Eucaristía : culto a Dios y entrega al hermano. Sintámonos impelidos a hacerlo realidad en el hoy de nuestras vidas. La juventud de hoy clama por una vida más digna, por un acompañamiento que los aleje del vicio, el licor, la droga. Pero, sobre todo que los acompañe en no dejarse seducir por el canto de sirena de la prepotencia, la violencia, la invitación a la guerra y a la muerte que les ofrece convertirlos en héroes de la patria. ¡No! Los necesitamos héroes de la vida cotidiana; constructores de una sociedad más justa, fraterna y cristiana. Que su educación sea para servir, para dar lo mejor de sí, en una sociedad en la que quepamos todos, sin exclusión, sin odios, sin rencores. Con la alegría y la esperanza a flor de labios, como lo vivió hasta su último suspiro Don Bosco.
Hagamos nuestra la invitación del evangelio de hoy. No seamos como los discípulos que ante la muchedumbre sedienta y hambrienta le recomiendan a Jesús que los despida. Que se vayan a buscar alojamiento y comida porque aquí estamos en descampado. Es la tentación permanente de cada uno de nosotros. Estamos hechos para ver la vida desde nuestros intereses; cuando algo nos desagrada, nos cuesta o nos complica la existencia, automáticamente la desechamos. Si Don Bosco hubiera hecho lo mismo ante la miseria y el desamparo que palpó a su alrededor, no lo tendríamos aquí. Hubiera pasado sin pena ni gloria.
Recibamos el reproche del Señor a los discípulos como una llamada de atención; mejor, como una bofetada a cada uno de nosotros. Mándenlos a que se sienten en el suelo, lo más cómodo posible, y denles ustedes de comer. Pero, si no tenemos más que cinco panes y dos peces. No importa, repartan que va a sobrar. Y así fue.
En este desplante, en esta absurda propuesta de Jesús, está la clave de lo que la Iglesia nos pide en este día del Corpus y del paso de la reliquia de Don Bosco. Que no desconectemos la vida ordinaria del proyecto maravilloso de Jesús. Existe una relación profunda con los gozos y esperanzas, los dolores y problemas de la gente, el saciar el hambre y la sed, no sólo la material sino también la espiritual. Hoy venimos a alimentarnos primero con la Palabra y luego con el Cuerpo y la Sangre del Señor; pero, a la vez, hay otras necesidades materiales importantes que saciar. Hay que cubrir la gama completa de nuestras indigencias.
La experiencia del Oratorio fue desde sus inicios, una escuela de la doble cara de la Eucaristía. Y sabemos que no estuvo exenta esta modalidad de la incomprensión de algunos. Don Bosco siguió el sendero de Jesús. El no viene a suplir nuestra desidia, ni dejemos al Señor que haga el milagro que no cuenta con nuestro sacrificio y constancia. El quiere que nos impliquemos, tanto en la toma de conciencia del problema como en la búsqueda de la solución. Darles de comer, quiere decir que nosotros debemos aportar lo que tengamos, aunque solo sean cinco panes y dos peces. Luego El, sobre nuestra ofrenda pondrá lo que falte, bendecirá nuestra generosidad, hará que nuestros bienes compartidos consigan mitigar el hambre de nuestra gente: hambre de pan, hambre de su Palabra, de su Cuerpo y de su Sangre, hambre de felicidad.
Hoy, se hace realidad un sueño: el de Jesús que nos invita a la Eucaristía. El de Don Bosco que no se amilanó ante las necesidades de los jóvenes de su tiempo. El sueño de todos nosotros de construir un mundo más fraterno y humano, más según el corazón amoroso de Jesús. Estamos en Concilio Plenario y en Misión Continental, en acción permanente de búsqueda, de acogida, de salir al encuentro del hermano necesitado. Que el día de hoy, el paso del Señor Eucaristía y de Don Bosco, sean de alegría y esperanza; que bendigan, multipliquen y potencien nuestro esfuerzo. Es la única manera de que coman todos, se sacien y queden sobras para otros. Que María Inmaculada, auxilio de los cristianos, nos cubra con su manto en este paso del Espíritu por nuestra tierra merideña. Que así sea.
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